MÄGO DE OZ, para bien o para mal
No cabe duda de que las redes sociales han revolucionado la sociedad en la que vivimos. Un fenómeno incipiente en su tiempo que, sumado a la proliferación de teléfonos móviles de última generación, ha acabado por explotar a nivel mundial hace no demasiados años. Plataformas como Facebook o Instagram, aparte de rendir auténtico culto al ego, fomentan nuestro lado más cotilla. Twitter, por su parte, es el vertedero de opinión on-line más magnánimo y putrefacto que existe. Diariamente, millones de personas se exponen al mundo a través de ellas para que sus “amigos” puedan comentar y ofrecerles el vanagloriado “like”. Un escaparate que, como no podía ser de otro modo, la mayoría de grupos y bandas utilizan para promocionarse, estar en contacto con sus seguidores y ofrecer todo tipo de comunicados. Un arma de doble filo que a veces se puede volver en contra, caso de los madrileños MÄGO DE OZ; con diferencia el grupo más vilipendiado del ciberespacio.
Superar el rasante del anonimato en el mundo del heavy metal conlleva una serie de riesgos. Los grupos underground son muy simpáticos, todo el mundo los apoya cuando emergen. Sin embargo, cuando esa banda empieza a vender dos o tres discos, ficha por una multinacional, o asoma la cabeza en los grandes medios… parece que ya no mola tanto. En nuestra “familia”, tenemos la mala costumbre de considerar a un grupo más auténtico cuanto más alejado se encuentra del concepto mainstream de la industria, por lo tanto, gustar a las grandes masas puede acarrear un efecto contraproducente. Si no que se lo pregunten a los anteriormente citados MÄGO DE OZ; esa banda de folk metal que “se vendió” con “Finisterra” (2000 – Locomotive Music), un disco que, curiosamente, durante el primer año era lo mejor que se había hecho en el heavy nacional, justo antes de que Los 40 Principales, Cadena Dial, TV1… se dieran cuenta de que algo estaba pasando con el grupo. Como por arte de magia, el propio disco se había vuelto “comercial”. Ahí llegó el punto de inflexión: para bien o para mal, MÄGO DE OZ ya nunca sería lo mismo.
Desafortunadamente, muchas personas encuentran en la red el medio ideal para expulsar su amargura acumulada y encontrar visibilidad, aunque sea a base de convertirse en verdugos. El anonimato, la facilidad de divulgación, la posibilidad de ser visible cuando en realidad uno no tendría la posibilidad de serlo por méritos propios, favorecen estas actitudes agresivas. Hoy en día, a través de un perfil o blog personal, todo el mundo se ve con derecho a opinar y se envalentona a la hora de dar su punto de vista sobre músicos, conciertos o festivales.
Es aquí cuando entran en juego los famosos haters, esos personajes virtuales que expresan opiniones desinformadas y maleducadas, a diestro y siniestro, sin ningún tipo de filtro. Ellos abanderan esa tendencia maliciosa; la de hablar con resentimiento sobre los demás, sea cual sea el contexto, y con más ahínco todavía si son personajes reconocidos de nuestro “mundillo”. En ese sentido, Txus Di Fellatio (MÄGO DE OZ), Alberto Rionda (AVALANCH), Leo Jiménez (STRAVAGANZZA)… se llevan la palma como coleccionistas de críticas ofensivas. Digan lo que digan, actúen como actúen, y publiquen lo que publiquen, siempre habrá un sector de detractores con el gatillo apunto para disparar. A MÄGO DE OZ le ha vuelto a suceder no hace demasiado, a raíz de la salida de sus dos “hachas” más veteranos en favor de Víctor de Andrés.
Por desgracia, aunque nos cueste de creer, hay quien necesita descalificar, insultar, publicar falsedades y erosionar la reputación de otros utilizando las redes sociales. Estas aplicaciones se han convertido en el campo de batalla perfecto, no para expresar nuestra disconformidad, cosa que es lícita y alimentaría el debate, sino para ridiculizar, insultar, ofender y humillar a los demás. Comportamiento que solo se explica si quien está detrás de estos mensajes necesita vaciar la bilis que le ahoga o consigue sentirse mejor y más importante poniendo el pie en el cuello del otro. Creemos ser tan sabios y estamos tan convencidos de que las cosas son de una determinada manera, cuando en realidad puede que no lo sean tanto, que hacemos el más estrepitoso ridículo públicamente a través de pantallas de ordenador y dispositivos móviles. Vamos de tolerantes, pero, paradójicamente, nos cuesta muchísimo respetar la libertad de expresión, de opinión y de actuación de los demás. Señores y señoras: ¡Hagámonoslo mirar!
Lo comparto, pero también me creo con el derecho de que si una banda a la que sigo desde hace años, a la que le he comprado varios de sus discos y he pagado más de 20 conciertos, hace algo que no me gusta, como en este caso expulsar a sus guitarristas que llevan TODA la vida tocando para el grupo, y no dan ningún tipo de explicación, ni si quiera una muestra de agradecimiento. Para mí como fan, me molesta y creo que tengo derecho a decirlo en las redes, así como cuando salgo de un concierto y me quedo gratamente satisfecho, también lo publico.
Faltaría más David. Expresar nuestra disconformidad a través de las redes es un derecho lícito. Como digo arriba, alimentaría el debate. Lo que no veo correcto es ridiculizar, insultar, ofender y humillar a los demás.
Un saludo Ángel y gracias por leernos.
¡Agradecemos tus palabras!
Si señor….magnífico artícul…..enhorabuena sr Ivan Allue…..estoy totalmente de acuerdo con cada una de las líneas que ha escrito….totalmente cierto todo….
Nos creemos con derecho de criticar e insultar gratuitamente sin saber el porqué o el cómo….
Desgraciadamente así como funciona todo ahora….
Me alegra saber que por lo menos hay alguien como usted que lo denuncia….
Gracias y un saludo!!!!!